sábado, 28 de diciembre de 2013

Notas literarias (IV)

Posted by at 16:00
 

- ... Las únicas herramientas son nuestros ojos y nuestras cabezas. No es tan sólo el acto de ver con los ojos. Es entender correctamente lo que vemos.
- La vida como autopsia.
- Eso es. Destripar el mundo y olerle las entrañas, eso hacemos.
- No dicen esas cosas en la escuela [...] de periodismo.
[...]
- No se aprende periodismo en la escuela. Se aprende escribiéndolo, joder. Aprende a conectar el cerebro, la tripa y los órganos reproductivos a una máquina terrorífica que apuntas como una pistola de carne...
- ¿Pistola? ¿Y yo qué? ¿Un útero de guerra?
- ¿Por qué no?
Transmetropolitan, Warren Ellis.
Cómo me está gustando este cómic...

viernes, 27 de diciembre de 2013

Notas literarias (III)

Posted by at 20:09
En toda revolución hay un agujero, grande o pequeño. Y abundante... La gente. Por grande que sea la idea bajo la que se alzan, la gente es pequeña, débil y asustada. La gente mata todas las revoluciones.
Transmetropolitan, Warren Ellis

sábado, 21 de diciembre de 2013

Notas literarias (II)

Posted by at 13:29

- Odio la niebla, me da miedo.
- Entonces te gusta. La temes porque es más fuerte que tú, la odias porque la temes y te gusta porque no la puedes someter. Porque sólo se puede amar a lo insumiso.
Nosotros, Evgueni Zamiátin 

miércoles, 18 de diciembre de 2013

Notas literarias (I)

Posted by at 12:40
Esa noche había en el aire un olor a tiempo. Tomás sonrió. La idea era divertida. ¿Qué olor tenía el tiempo? El olor del polvo, los relojes, la gente. ¿Y qué sonido tenía el tiempo? Un sonido de agua en una cueva y unas voces que lloraban y una voz muy triste, y unas gotas sucias que caen sobre tapas de cajas vacías, y un sonido de lluvia. Y aún más, ¿a qué se parecía el tiempo? El tiempo se parecía a la nieve que cae calladamente en una habitación negra, a una película muda en un viejo cine, a cien millones de rostros que descienden como globos de Año Nuevo, bajando y bajando hacia la nada. Así era cómo olía el tiempo, cómo sonaba y qué parecía. Y esta noche (y Tomás sacó una mano al viento fuera de la camioneta), esta noche casi se podía tocar el tiempo.
Encuentro nocturno (dentro de Crónicas Marcianas), Ray Bradbury

viernes, 11 de octubre de 2013

Un placer agotador

Posted by at 0:04
La temperatura de la habitación parecía aumentar más y más conforme pasaban los minutos. Sentía como calambres recorriendo su espalda, recordándole que aún podía sentir dolor. Su cuerpo no paraba de liberar endorfinas que le provocaban una sensación tan placentera y satisfactoria que si hubiera muerto en ese momento, no le habría importado.

Sus músculos se contraían y estiraban a ritmo continuo, ligeramente agotados y adormecidos, pero sin perder impulso. El dolor y el placer se mezclaban en espirales sobre sus nervios hasta hacerle perder conciencia de qué era cada cosa, y el placer le provocaba dolor, y el dolor, placer.

Su cuerpo estaba perlado de gotas de sudor que resbalaban sobre su piel, haciéndole brillar. Sus jadeos y gemidos aumentaban cada vez más su intensidad, llegando casi a la hiperventilación. La cabeza ya le daba vueltas, pero no podía, ni quería, parar. El placer era demasiado intenso, el dolor también lo era.

Se acercaba al límite de sus fuerzas, al límite de todo lo que podía sentir, pero necesitaba un último esfuerzo para llegar aún más alto. Más rápido, más rápido... El sudor manó a chorros mientras gimió entre el esfuerzo, el placer y el dolor, y unos calambres de mil sensaciones traspasaron sus nervios... y se desmayó.

martes, 27 de agosto de 2013

Hasta el límite (II)

Posted by at 0:11
Hasta el límite (I)

La familia tenía un objetivo: subir a ese avión. Llevaban semanas esperándolo, aguantando con la esperanza de volver a empezar allá donde llevara. Ese por fin era el día. Al menos, hasta que se había desatado el apocalipsis sobre sus cabezas. Escuchar que sus matrículas estaban entre las designadas ese día había provocado en ellos una alegría que en cuestión de cinco minutos se había convertido en pánico.

Todos corrían para intentar alcanzar la puerta de embarque. Los soldados encargados de mantener el orden intentaban dar prioridad a aquellos que poseían las preciadas matrículas que hoy debían llevarlos a ese nuevo lugar. Pero la gente luchaba por subir al avión. Llevara donde llevara, cualquier lugar era mejor que donde estaban ahora mismo. Los gritos de agonía se escuchaban cada vez más cerca y la gente empezaba a perder su humanidad en pos de su supervivencia.

El padre cogió a su pequeña, que estaba totalmente aterrada, y arrastró a su mujer contra la muchedumbre, intentando abrirse camino. Finalmente lo consiguió, y el numeroso grupo de gente, que crecía a cada momento, los escupió contra la puerta de embarque. Tras entregar sus matrículas, les dejaron pasar al avión. El resto de pasajeros tenían la mirada tensa y ansiosa por despegar. Niños llorando, miradas perdidas y dolientes de sus muertos estaban repartidos por los asientos, casi todos ocupados.

Cuando se sentaron, sonó un gran estruendo y unas veinte personas se colaron en el avión. La compuerta empezó a cerrarse en ese momento, impidiendo el paso al resto que intentaba acceder. Antes de que terminara de cerrarse del todo, el avión empezó a moverse, preparándose para el despegue. Los recién llegados miraban con hostilidad al resto de pasajeros, como si los culparan de todos los seres queridos que habían dejado atrás. Algunos tenían salpicaduras de sangre.

El viaje fue incómodo, tanto por la tensión que había en el ambiente como porque muchos de los últimos en llegar no tenían asiento y se sentaron en los pasillos. Por suerte, fue corto, y en menos de una hora empezaron a descender. La bajada del avión fue rápida, como si todos quisieran darse la mayor prisa posible por dejar atrás cualquier cosa que les recordara el infierno que habían pasado.

Acababan de llegar a una isla que permanecía limpia y con los suficientes recursos para mantener a una población medianamente importante y estable. Acomodaron a los recién llegados en una zona residencial con pisos lúgubres, pero funcionales, en los que había agua potable, comida y una radio de radioaficionado. Todo parecía controlado, y nadie se molestó en requerir una cuarentena para los recién llegados, ya que se suponía que estaban limpios. Nadie informó de que algunos se habían colado en el avión.

La familia se instaló en su nueva casa. El padre aún tenía el miedo en sus venas, haciendo sinapsis en sus neuronas, y decidió tapiar todas las ventanas y cerrar la puerta de entrada, atrancándola con muebles. Intentaban no salir a menos que fuera totalmente necesario. Tres días después de llegar, comenzó la pesadilla. La expresión de terror de la madre rallaba la locura, y la hija no paraba de llorar. El padre, preso del pánico, recorrió la casa buscando resquicios por donde se pudieran colar, y racionó la comida. También buscó todo lo que se pudiera usar como arma, y encontró largos cuchillos en la cocina y una escopeta con muy poca munición. Decidió reservarla esperando no tener que utilizarla. Por último, encendió la radio, esperando instrucciones. La música seguía sonando como si nada en la frecuencia que emitía la organización de la isla.

Tras una semana en la casa, haciendo el menor ruido posible, la comida perecedera se había terminado o estropeado, y la no perecedera comenzó a escasear. El padre intentaba aplazar todo lo posible la salida del refugio, aunque el punto de reservas alimentarias más cercano no estaba muy alejado. Rondaban la casa y les ponían la carne de gallina con sus gemidos. Su mujer estaba cada día más histérica y se pasaba las horas sentada en un rincón mirando al infinito. Su hija ya se había tranquilizado y estaba ajena a todo, haciendo un mural en la pared con pintura que habían encontrado por la casa. Era un dibujo muy bonito de globos volando por el cielo. La niña se encontraba encerrada en aquel lugar, pero sabía que salir era peligroso.

El padre tardó unos días en decidirse, pero tras ver la mirada suplicante de su hija tras darle la última ración de comida, se dijo que no podía esperar más. Desatrancó la puerta y salió a la calle, con la escopeta en una mano y una bolsa grande en la otra. Además, llevaba un par de largos cuchillos para la posible lucha cuerpo a cuerpo. Llegó al final de la calle, entró al local donde guardaban las reservas y empezó a llenar la bolsa. Oyó un ruido y se asomó al otro pasillo. Uno de esos seres se acercaba hacia donde él estaba. De repente, apareció otro hombre con un arma y le disparó a la cabeza. El cráneo reventó llenándolo todo de sangre.

El ruido los atrajo a su posición. Él se fue corriendo y salió por la puerta de atrás, abandonando al que había abierto fuego a su suerte. En la puerta trasera había un pequeño grupo y tuvo que utilizar la escopeta por primera vez. La sangre salpicó una y otra vez, y cuando se quedó sin balas, huyó. Lleno de sangre, corrió hacia la casa, entró y se acercó a su familia con la cara desencajada por el terror.

El hambre era ya más fuerte que el miedo. Su mujer no se dio cuenta de la sangre que salpicaba la bolsa y todo lo que contenía. Y él vio con horror cómo lo que su mujer estaba comiendo en ese momento estaba lleno de sangre. Cuando ella se detuvo y vio el alcance de lo que acababa de pasar, las pupilas se le dilataron por el miedo, abrazó a su hija y le pidió a su marido que la matara. Pero él no podía hacerlo.

La mujer se encerró en una habitación. Se la oía gritar debido a las alucinaciones. El hombre sabía que le quedaba poco tiempo de vida, pero no podía hacer más que abrazar a su hija y consolarla. Pasaba las horas moviendo el dial de la radio en busca de alguna señal de civilización. Y entonces escuchó una retransmisión que lo dejó helado.

"Parece que esta nueva mutación es más fuerte, pero sobre todo más inteligente. No lo detienen las puertas. Sabe lo que busca y lo busca con ahínco".

La retransmisión se cortó. Y oyó tras él una respiración muerta. Una niña cubierta de sangre con la cara desfigurada lo miraba desde la puerta. Había olvidado atrancarla. Se acercaba a su hija peligrosamente, hasta que la madre se interpuso entre ellas, casi totalmente transformada. La poca humanidad que le quedaba la utilizó para intentar salvar a su hija. La niña le arrancó la cabeza de un mordisco mientras la hija chillaba de auténtico terror. El padre estaba totalmente paralizado, sin capacidad de reacción. Y cuando vio cómo la niña cogía a su hija y la mordía intentando devorarla, cogió la escopeta y disparó.

Pero su hija ya estaba condenada. Llorando de desesperación y entre los gritos de su hija, cogió la escopeta y le disparó. Después se suicidó.

domingo, 25 de agosto de 2013

Hasta el límite (I)

Posted by at 22:01
Los pinchazos en el costado eran cada vez más dolorosos y sentía una presión cada vez mayor en el pecho, una mezcla de miedo y de protesta por parte de mis pulmones. Está claro que correr no era lo mío, nunca lo había sido, pero, cuando tu vida depende de la rapidez de tus huidas, haces caso omiso a los quejidos de tu cuerpo y corres. Corres como si te faltara el terreno bajo los pies.

Giraba la cabeza de vez en cuando. Por suerte, la mayoría de ellos tenían serias heridas por todo el cuerpo, incluyendo los pies y las piernas, así que eran bastante lentos. Pero aquellos que sólo tenían rasguños eran increíblemente rápidos, tan rápidos como cualquier persona que estuviera un poco en forma, y no mostraban signos de cansancio como yo. Cuando alguno se acercaba demasiado, intentaba acertarles en la cabeza. Viendo las heridas de muchos de ellos, dudaba que otra cosa funcionara. Acertar a un blanco en tambaleante movimiento mientras lo único que inunda tu mente es el miedo, recorriendo tus venas y llegando a cada rincón de tu cuerpo, es demasiado complicado. Casi no quedaban balas en el arma que había recogido sobre la masa sanguinolenta de lo que antes había sido un agente de policía.

Una de esas últimas balas acertó de pleno en el ojo de uno de mis perseguidores, que estaba ya a escasos diez metros de mí. Su cabeza estalló como un globo de agua en una escena de hiperrealidad sangrienta que me hizo recordar aquellas películas gore que tanto me habían gustado. Absolutamente aterrado, hice un esfuerzo para acelerar mi carrera, a pesar de los pinchazos de mis músculos, mientras uno de mis acompañantes de huida era alcanzado. Cada uno cuidaba de su propia integridad y, como en una macabra recreación de las leyes de Darwin, sólo lograban escapar los más adaptados a la cruel realidad: nos habíamos convertido en las presas. Ya no éramos el último eslabón de la cadena alimentaria.

Corrí y corrí... No sé el tiempo que me pasé corriendo, esquivando una y otra vez a esos seres. Muchos se perdieron por el camino, pero no quise mirar más atrás, concentrándome en la huida. Llegué a una línea fuertemente militarizada que protegía el aeropuerto, la única salida que quedaba, no sabíamos hacia dónde ni en qué condiciones. De hecho, ni siquiera era un aeropuerto como tal, o al menos nunca había sido usado con ese objetivo hasta ese momento. Que tuviera forma de aeropuerto se debía a la casualidad y a lo desproporcionado de los delirios de grandeza de algunos que seguramente ya estarían muertos.

Los soldados que controlaban la entrada estaban alzados sobre el suelo en unas plataformas más de tres metros de altura que los ponían a salvo de cualquier ataque aislado. Iban equipados con gafas detectoras de calor para distinguirnos de ellos y localizarlos, y los francotiradores los eliminaban con una precisión envidiable. Cuando despejaron el campo, abrieron una compuerta blindada y dejaron pasar a los pocos que habíamos llegado con vida.

Enseguida nos examinaron un grupo de militares que debían ser también médicos, en busca de rasguños, heridas o cualquier otro indicio que pudiera suponer que hubiera habido contacto con ellos y posible riesgo de contagio. Uno de los que había llegado conmigo fue apartado entre gritos mientras se debatía por escapar. Sentí una punzada de lástima por él, pero sabía que no lo conseguiría. Uno de ellos lo había cogido del brazo desnudo provocándole arañazos que luego regó con ese líquido viscoso que parecía sangre putrefacta. Aunque había conseguido reventarle la cabeza cuando desenfundó con la mano libre el gigantesco y afilado cuchillo que llevaba colgado de la cintura, todos los que adelantamos la escena huyendo de nuestro propio infierno sabíamos que estaba condenado.

No sabíamos dónde lo llevaban, pero seguro que no sería agradable. Cada uno se concentró en lo que estaba haciendo e intentó olvidar en vano los desgarradores gritos que se oían fuera de la tienda de campaña. De repente, sonó un tiro y luego silencio. No pude contener más la tensión de mi cuerpo y las lágrimas empezaron a caer por mis mejillas.

El encargado de examinarme terminó la exploración y sonrió satisfecho: parecía que había pasado la prueba. Me dejaron asearme, me dieron de comer y me dejaron entrar al edificio del aeropuerto desde donde evacuaban a la gente, después de darme un número que recordaba a una matrícula de coche. Según me explicaron, era la forma que tenían de ordenar a la gente a la hora de ser evacuados. Más tarde, cuando hicieron la primera llamada desde que me incorporé a la caótica vida del aeropuerto, descubrí que tardaría mucho en salir de allí.

El aeropuerto era una ciudad de refugiados en la que la gente se sentía muy segura. Algunos incluso parecían bastante felices allí. Eran los menos, y también eran los que habían conseguido llegar en familia. No hablaba con nadie, no me sentía con ánimos para ello, pero había bastante camaradería entre la gente. No había muchos disturbios porque, aunque escasa, había comida para todos. La gente esperaba paciente su turno para ser evacuado. Se notaba un orden dentro del caos, sin duda. De vez en cuando llegaban nuevos refugiados, como había llegado yo. El miedo en sus caras y sus gritos en sueños duraban semanas, hasta que se tranquilizaban en el ambiente del aeropuerto y enterraban en lo más profundo sus recuerdos.

Los grupos de supervivientes se habían espaciado bastante en el tiempo: ya no llegaba más de un grupo al día o cada dos días. En la última de las remesas de refugiados que recibió el aeropuerto hubo un caso como el del chico que llegó conmigo. Los gritos llegaron dentro del edificio, mientras llamaban a prepararse a los afortunados pasajeros de uno de los vuelos del día a ese lugar desconocido que prometía la salvación. Pero esta vez el asunto no se resolvió con un disparo seguido de silencio. Gritos y más gritos llegaban desde fuera, y la gente empezó a ponerse nerviosa. Un ruido de cristales rotos rompió la relativa y tensa calma de los moradores del aeropuerto y cundió el pánico.

La gente corría de un lado a otro, intentando buscar refugio en la trampa mortal que era el edificio. Muchos intentaban alcanzar la puerta de embarque para huir en ese avión que estaba a punto de partir. Una y otra vez la gente moría y se levantaba. Estaba totalmente aterrorizado, sin saber qué hacer. Corría de un lado para otro, buscando una salida a cualquier parte que no estuviera dentro de la terminal. Junto a un mostrador de facturación me acorralaron dos de ellos. No tenía escapatoria.

Una mano me agarró. El primer mordisco fue el peor. La sangre manaba abundante tras la carne desgarrada. Tenía los sentidos en un nivel de alerta sobrehumano. El olor a sangre era nauseabundo. Las imágenes se tiñeron de colores que no había visto hasta ahora convirtiendo cada momento en un vídeo de hiperrealidad psicodélica. Pude distinguir cada grito que sonaba a mi alrededor y escuchar las imploraciones y maldiciones a Dios que se hacían desde el otro lado del aeropuerto. La boca me sabía a sangre y lágrimas, un macabro cóctel que me puso la piel de gallina. El dolor era tan insoportable que quería vomitar. Y entonces dejé de sentir hasta que me desmayé. Justo antes, vi a una familia pasar corriendo hacia la puerta de embarque y una atroz hambre me desbordó.

Hasta el límite (II)

viernes, 16 de agosto de 2013

La sesión

Posted by at 16:31
Las seis menos cuarto. Había quedado a las seis y media en el centro y, aunque con el tiempo un poco justo, ya estaba lista. Y nerviosa, muy nerviosa. Se puso los zapatos y cayó en la cuenta: ¡las medias! No podía salir con las piernas así, tras un verano de interior, de trabajo en la oficina, sin un momento para ver el sol, ¡qué vergüenza!

Consideró la posibilidad de cambiarse, llegar tarde... No, imposible, había pedido explícitamente este tipo de ropa, nada de pantalones largos, y además hacía calor. Y quería sentirse sexy, ¡qué narices! Quería que quedara deslumbrado.

Así que bajó corriendo las escaleras de los cuatro pisos de su edificio, que había olvidado ponerse un ascensor que de todos modos sería demasiado lento y salió a la calle. Sabía que camino al metro encontraría una tienda de de todo un poco en la que podría comprarse las medias. Se las pondría en la trastienda, o ya vería dónde.

Entró medio corriendo en la tienda y buscó entre los estantes unas medias de esas negras finitas, que lo disimulan todo muy bien, sobre todo el blanco nuclear de una piel como la suya. Entre figuritas de dragones y grullas en una fila de estantes y cestos, cestas y canastos hechos de bambú ("¡Pobres pandas!", pensó ella) en otra fila de estantes, encontró lo que buscaba. Las cogió deprisa y se dirigió a pagarlas y salir pitando de allí.

Giró un pasillo, otro... Y la visión que tuvo provocó en ella un giro de 180º y en sus labios un susurrado y ansioso "¡No, no, no!". Sin embargo, él ya la había visto. Ella preguntó en un susurro al dependiente si tenía algún sitio donde pudiera cambiarse y éste, sin dejar de mirar la pantalla de su ordenador, le señaló el almacén. Mirando a su alrededor para ver si la aparición se había marchado o no, se coló en el almacén para cambiarse rápidamente y olvidar el fortuito encuentro.

Pero no pudo. La puerta se abrió, él entró y ella se quedó paralizada, medio bajada de sus altos tacones, agachada con un pie dentro de una de las medias y la falda medio subida. Se giró con cara de susto y despeinada y él la saludó tan seductor como siempre. Mierda, se había prometido no volver a caer, y ahí estaba él de nuevo desafiando a su voluntad.

Su mano rozó sus muslos y a partir de ahí perdió el control. De repente se encontró tumbada en el suelo medio desnuda, con la mente dividida entre el placer y la culpabilidad de saber que llegaba tarde a su cita. Le hacía perder el control cada vez que se lo encontraba, estuviera donde estuviera. Sus manos paseaban rápidas por su cuerpo, insistiendo en sus puntos débiles y llevándola hasta lo más alto. Y ella sólo quería unas medias...

Hora y media más tarde llegó a su destino inicial. A pesar de su aventurilla, estaba bastante presentable, así que no se preocupó de que se le notara nada. Su anfitrión, tras escuchar las excusas que había preparado en el taxi -¡no había tiempo para metro!-, agitó una mano quitándole importancia y le sirvió una copa. Ella quería dejar los rodeos y llegar al grano, al objetivo de su cita. Así que atenuó las luces, encendió los focos y se puso en posición.

Su anfitrión cogió la cámara y miró por el objetivo. Tenía el don de ver más allá de lo que la gente quería mostrar a través de él. Empezó a disparar y se fijó en sus ojos, esquivos de culpabilidad, en sus labios, rojos de pasión. Y sobre todo en una carrera en sus medias. Se acercó y tiró del hilo con suavidad hasta que la prenda se deshizo. Ella le miró a los ojos, acercó su mano a la de él en una invitación y se dejó hacer.

Cuando esas fotos fueron reveladas, resultaron ser las mejores de toda su carrera. Había entrado hasta el fondo en su alma y la había desnudado por completo.

lunes, 3 de junio de 2013

Simulación

Posted by at 22:40
Imagen con licencia CC de Victor
Sus ojos vagaron por el despacho, enmarcados en dos profundas ojeras. Estaban firmadas por noches en vela llenas de preocupaciones. Su mirada se paró en lo único en movimiento en toda la habitación, aparte del cursor parpadeante del ordenador: uno de esos juguetitos de falso movimiento continuo en el cual la bola de uno de los extremos golpea las del centro, que trasladan el movimiento al otro extremo.

Se concentró en ese movimiento, mientras el sonido del aire acondicionado y el del ventilador del ordenador era lo único que se oía dentro del despacho, y se mezclaba con sonidos amortiguados que venían de fuera. Las bolas golpeaban una y otra vez, iban de un lado a otro. Se sentía un poco como esas bolas, incapaz de parar, y no por pura física, sino, al igual que el juguete, impulsado por algo que daba energía a su rumbo.

Permaneció un tiempo ensimismado con el movimiento, tratando de calcular cuánto tiempo sería capaz de mantenerlo el juguete sin las pilas que llevaba disimuladamente metidas en el compartimento inferior. Probablemente, debido a su tosca fabricación y al Made in China grabado al lado del compartimento de las pilas, no por mucho tiempo. ¿O quizá el chino que montó el aparato era un talentoso físico y las pilas eran más bien una forma de disimular?

El movimiento lo obsesionaba cada vez más. ¿Sería capaz de pararlo? ¿Sería capaz de parar su propio movimiento y cambiar el rumbo? Alargó la mano y paró el movimiento del juguete. Una fuerza igual pero opuesta cesó el movimiento del juguete... por un momento. Las pilas hicieron su trabajo y volvieron a ponerlo en funcionamiento. 

Se decidió a realizar una acción más definitiva, y abrió el compartimento de las pilas para sacarlas. Al dejar el juguete sobre la mesa, las bolas se balancearon un momento, pero las detuvo con el dedo. Lo había conseguido: estaban quietas. Se decidió a resolver esos problemas que lo mantenían apartado de su rumbo y salió del despacho. Al cerrar las puertas, las bolas volvieron a su movimiento. Por suerte, no lo vio. Maldito chino: había descubierto el movimiento continuo en diferido.

martes, 28 de mayo de 2013

La enseñanza de las cosas útiles

Posted by at 9:00
Miró preocupada por la ventana del despacho cómo columnas de humo negro subían por toda la ciudad. Londres ardía. La gente estaba enfadada porque los precios habían subido demasiado y muchos ya tenían dificultades para encontrar comida que comprar que no se saliera de su ajustado presupuesto. Sabía que tenían razón, y había hecho lo imposible por mitigar el duro golpe económico que estaba suponiendo esta nueva crisis energética. Si en los primeros años del nuevo milenio se hubiera luchado por energías renovables, los países con petróleo no tendrían al resto ahora cogidos por los huevos.

Tenía que hacer algo. Dejar que la gente siguiera desatando su furia no era una buena opción. Pero reprimir esa furia cuando tienen razón... Los discursos no habían servido más que para poner a la opinión pública más furiosa, porque los ciudadanos pensaban que estaba tranquilamente en su casa, segura, con un arsenal de alimentos, y que todo le daba igual. Pensar en ello la enfadó. Ella, que tanto se preocupaba por todos...

Sus consejeros insistían una y otra vez en que tenía que lanzar al Ejército contra ellos. La policía estaba desbordada y parecía haber perdido el respeto del que gozaba hace unos años. No veía otra opción. Levantó el teléfono.

- De acuerdo, adelante. Sacad al Ejército a la calle. No puedo consentir que Londres siga ardiendo.

Costó toda una semana, pero los disturbios cesaron. La gente se quedaba en casa por miedo, y no era para menos. Veinte muertes demostraron que el Ejército iba a ser implacable y que, por mucha razón que tuvieran los ciudadanos, no podía consentirse esa situación.

La Primera Ministra abrió una antigua caja en casa de sus padres, con objetos, fotografías y papeles de su adolescencia. Sacó su examen de ingreso en Eton y buscó la pregunta 1c.

Es el año 2040. Las calles de Londres arden entre disturbios provocados por la falta de petróleo a causa de una crisis petrolífera en Oriente Medio. Los ciudadanos que protestan han atacado edificios públicos. Muchos policías han muerto. Por eso, el Gobierno ha desplegado al Ejército para parar las protestas. Tras dos días, las protestas han parado, pero veinticinco personas que protestaban han muerto a manos del Ejército. Eres la Primera Ministra. Escribe un discurso para emitirlo por televisión a toda la nación en el que expliques por qué usar al Ejército contra aquellos que protestaban violentamente era la única opción que tenías disponible y que era algo necesario y ético.

Cogió la hoja de respuestas y se dispuso a retocarla. Era el momento de comparecer ante sus conciudadanos.

(Inspirado en esta noticia)

sábado, 25 de mayo de 2013

Un juego de naipes

Posted by at 11:07
Como cada noche, quedó con sus amigos en el pub de siempre. Llevaba ya varias horas de bares, varias cervezas en el cuerpo y un poco de cocaína en el bolsillo. Cuando estaba de permiso tenía que aprovechar, que en el cuartel nunca se sabía cuándo iba a hacerse un control antidrogas. No podría permitirse perder el trabajo, su familia comía en parte gracias a él.

Sus amigos no sabían nada más allá de que el alcohol y las chicas llenaban gran parte de sus fines de semana en los que las guardias y los turnos eran parte de otra vida. Una tras otra, pasaban por su piel, por su boca, pero ninguna le llenaba lo suficiente, porque llevaba 15 años enamorado de un recuerdo. En estos fines de semana, con sus amigos de toda la vida y con otros de ida y vuelta, las conversaciones iban muchas veces sobre ideas filosóficas sobre el destino. Conversaciones de borrachos, que dirían algunos. Pero tenía más vida interior de lo que a simple vista pudiera parecer.

Pero llegó el día en el que se pasó de la raya. Casi se podría decir que literalmente, porque la cocaína estaría menos cortada, o porque se pasaría de gramos... Pero perdió el control y sus amigos se dieron cuenta de que tenía un problema. Pero él no. Le insistieron en que no podía seguir por ese camino, que era peligroso, que su tío había muerto por eso, que si es que no había aprendido nada. Pero él controlaba, aunque no supiera por qué había despertado aquel día en un banco de uno de los parques más alejados de la ciudad. No podía eludir el camino que la vida había marcado para él.

Ese camino se cruzó con el de la sombra de la que llevaba enamorado 15 años. Fue casualidad, él no lo buscó, pero volvió a caer como un tonto adolescente. Le hacía sentir cosas que ninguna de las chicas de fin de semana le había hecho sentir. Conectaron, y él empezó a vivir un sueño que no terminaba de creerse.

Sus amigos advirtieron un cambio radical en su forma de vivir. Al principio se alegraron: dejó las drogas, dejó el desfase, dejó el alcohol, dejó las fiestas... Pero se dieron cuenta que dejó de salir, de vivir, de disfrutar. Los fines de semana se iba a la cama antes de medianoche, y no precisamente por sexo. Estuvieron meses sin verle.

Un día, volvió. La magia se había esfumado, y ya no decía que la vida le hubiera marcado un camino. Volvió a las fiestas, al alcohol, a las drogas, a las chicas, al desfase. Ya no había una sombra con el peso de 15 años que le dijera qué hacer y qué no. Por fin jugaba sus propias cartas.

martes, 14 de mayo de 2013

Un reloj que se atrasa

Posted by at 10:33
Nació con dos semanas de retraso. Sus padres y los médicos se estaban cansando de esperar y provocaron el parto. Aún así, el parto duró casi dos días. Cuando todo acabó, madre e hijo estaban bien, pero la madre nunca olvidó el difícil parto. De hecho, se lo recordaba constantemente.

Cuando creció y empezó a tener autonomía para ir y venir a su antojo, mucha gente dejó de quedar con él. Otros, le citaban 10 minutos antes. Llegó un momento en el que le citaban con una hora de antelación, pero eso daba igual. Era como si su reloj interno se parara de vez en cuando y le impidiera llegar a tiempo.

Encontró varios trabajos, pero siempre le despedían, porque, pese a que no ocupaba puestos de elevada responsabilidad, la puntualidad es muy importante en el mundo laboral. Por eso, decidió montar su propia empresa. Pero el mundo de los negocios no es fácil, y menos para alguien cuyo reloj interno se atrofiaba constantemente. Llegaba tarde a citas con los clientes, los proveedores, los posibles inversores, al banco... ¡Hasta a contestar al teléfono! Así que llegó un momento en el que también tuvo que cerrar su negocio.

Por suerte, encontró un trabajo, bastante mal pagado, que podía hacer desde casa. Teletrabajo, lo llamaban. Seguía llegando tarde (¡en su propia casa!), pero como cobraba por horas, a la empresa no le importaba.

Tenía un encanto natural con las chicas, así que encontró novia con relativa facilidad, aunque a una edad tardía, y tras perder muchas oportunidades porque siempre se le adelantaban. La relación iba con sus altos y sus bajos. Por ejemplo, al principio el sexo era genial, porque él tardaba mucho en llegar. Pero algo así, una y otra vez igual, al final cansa. ¡No podían echar un polvo rápido para aliviar tensiones! Con las citas, cuando empezó la relación, había problemas, porque llegaba tarde, pero ella encontró un sistema para evitar esas largas esperas.

Así que la relación cuajó, y terminaron casándose. La novia llegó tarde, como marca la tradición, pero él llegó tan tarde que los invitados estaban a punto de irse al convite. Al menos podía decir que había roto el cliché de que la novia tenía que llegar después del novio, pero porque ella se había visto obligada a dar tantas vueltas en el coche nupcial esperando a que él llegara que se había quedado sin gasolina y había decidido entrar antes.

Un día, le llamaron del hospital que había a menos de media hora en coche de casa. Su madre, sola desde que su padre había fallecido 5 años antes, estaba ingresada muy grave. Le daban un día, a lo sumo. Pero, una vez más, llegó tarde. Cuando llegó al hospital, había muerto.

A la vuelta, desolado por no haberse podido despedir de su madre, tuvo un accidente. No se pudo hacer nada. Su mujer lloraba desolada en el funeral, porque aunque su marido tenía muchos defectos, era cariñoso y se querían de verdad. Cuando ya habían enterrado el ataúd y se estaba celebrando la misa en su memoria, las puertas de la Iglesia se abrieron y él entró corriendo. Había llegado tarde a su propio funeral.

domingo, 13 de enero de 2013

Live-Action Toy Story Project

Posted by at 18:53
¿Quién no recuerda la maravillosa película de la infancia de muchos (yo misma incluida) Toy Story? Pues hay quien se ha dedicado a, fotograma a fotograma, pasar la película a imagen real. Ayer, en su página de Facebook, compartieron por fin el resultado.

sábado, 12 de enero de 2013

Impaciencia

Posted by at 19:25
Llaman al timbre. Lo ignoro mientras entro al baño a lavarme la cara de recién despierto que llevo puesta en este momento. Llaman de nuevo, más insistentemente. Dejo la toalla encima del lavabo, extrañado, y voy a averiguar quién es. Por el pasillo, miro el reloj. 8:43. Un poco temprano, ¿no?

Contesto, y desde el portal una voz me dice "¡Vecinooooo!". Totalmente sorprendido, porque no hace tanto que vivo aquí y porque no entiendo cómo alguien puede tener esa energía a estas horas, murmuro un consternado "Dígame".

- ¡Vecinoooo! En los días que corren, la paciencia es una virtud que se ha ido perdiendo, ¿no está de acuerdo?

No tengo tiempo para estas tonterías de buena mañana. Tengo demasiado que hacer como para aguantar a este tipo que no conozco de nada divagando al otro lado del interfono.

- No me interesa, gracias - y alargo la mano para colgar el telefonillo. 

Antes de que pudiera terminar de dejarlo en su sitio, oigo como ese hombre extraño dice: "¿Ve lo que le digo?".

*Basado en hechos reales
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