lunes, 3 de junio de 2013

Simulación

Posted by at 22:40
Imagen con licencia CC de Victor
Sus ojos vagaron por el despacho, enmarcados en dos profundas ojeras. Estaban firmadas por noches en vela llenas de preocupaciones. Su mirada se paró en lo único en movimiento en toda la habitación, aparte del cursor parpadeante del ordenador: uno de esos juguetitos de falso movimiento continuo en el cual la bola de uno de los extremos golpea las del centro, que trasladan el movimiento al otro extremo.

Se concentró en ese movimiento, mientras el sonido del aire acondicionado y el del ventilador del ordenador era lo único que se oía dentro del despacho, y se mezclaba con sonidos amortiguados que venían de fuera. Las bolas golpeaban una y otra vez, iban de un lado a otro. Se sentía un poco como esas bolas, incapaz de parar, y no por pura física, sino, al igual que el juguete, impulsado por algo que daba energía a su rumbo.

Permaneció un tiempo ensimismado con el movimiento, tratando de calcular cuánto tiempo sería capaz de mantenerlo el juguete sin las pilas que llevaba disimuladamente metidas en el compartimento inferior. Probablemente, debido a su tosca fabricación y al Made in China grabado al lado del compartimento de las pilas, no por mucho tiempo. ¿O quizá el chino que montó el aparato era un talentoso físico y las pilas eran más bien una forma de disimular?

El movimiento lo obsesionaba cada vez más. ¿Sería capaz de pararlo? ¿Sería capaz de parar su propio movimiento y cambiar el rumbo? Alargó la mano y paró el movimiento del juguete. Una fuerza igual pero opuesta cesó el movimiento del juguete... por un momento. Las pilas hicieron su trabajo y volvieron a ponerlo en funcionamiento. 

Se decidió a realizar una acción más definitiva, y abrió el compartimento de las pilas para sacarlas. Al dejar el juguete sobre la mesa, las bolas se balancearon un momento, pero las detuvo con el dedo. Lo había conseguido: estaban quietas. Se decidió a resolver esos problemas que lo mantenían apartado de su rumbo y salió del despacho. Al cerrar las puertas, las bolas volvieron a su movimiento. Por suerte, no lo vio. Maldito chino: había descubierto el movimiento continuo en diferido.
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