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martes, 14 de mayo de 2013

Un reloj que se atrasa

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Nació con dos semanas de retraso. Sus padres y los médicos se estaban cansando de esperar y provocaron el parto. Aún así, el parto duró casi dos días. Cuando todo acabó, madre e hijo estaban bien, pero la madre nunca olvidó el difícil parto. De hecho, se lo recordaba constantemente.

Cuando creció y empezó a tener autonomía para ir y venir a su antojo, mucha gente dejó de quedar con él. Otros, le citaban 10 minutos antes. Llegó un momento en el que le citaban con una hora de antelación, pero eso daba igual. Era como si su reloj interno se parara de vez en cuando y le impidiera llegar a tiempo.

Encontró varios trabajos, pero siempre le despedían, porque, pese a que no ocupaba puestos de elevada responsabilidad, la puntualidad es muy importante en el mundo laboral. Por eso, decidió montar su propia empresa. Pero el mundo de los negocios no es fácil, y menos para alguien cuyo reloj interno se atrofiaba constantemente. Llegaba tarde a citas con los clientes, los proveedores, los posibles inversores, al banco... ¡Hasta a contestar al teléfono! Así que llegó un momento en el que también tuvo que cerrar su negocio.

Por suerte, encontró un trabajo, bastante mal pagado, que podía hacer desde casa. Teletrabajo, lo llamaban. Seguía llegando tarde (¡en su propia casa!), pero como cobraba por horas, a la empresa no le importaba.

Tenía un encanto natural con las chicas, así que encontró novia con relativa facilidad, aunque a una edad tardía, y tras perder muchas oportunidades porque siempre se le adelantaban. La relación iba con sus altos y sus bajos. Por ejemplo, al principio el sexo era genial, porque él tardaba mucho en llegar. Pero algo así, una y otra vez igual, al final cansa. ¡No podían echar un polvo rápido para aliviar tensiones! Con las citas, cuando empezó la relación, había problemas, porque llegaba tarde, pero ella encontró un sistema para evitar esas largas esperas.

Así que la relación cuajó, y terminaron casándose. La novia llegó tarde, como marca la tradición, pero él llegó tan tarde que los invitados estaban a punto de irse al convite. Al menos podía decir que había roto el cliché de que la novia tenía que llegar después del novio, pero porque ella se había visto obligada a dar tantas vueltas en el coche nupcial esperando a que él llegara que se había quedado sin gasolina y había decidido entrar antes.

Un día, le llamaron del hospital que había a menos de media hora en coche de casa. Su madre, sola desde que su padre había fallecido 5 años antes, estaba ingresada muy grave. Le daban un día, a lo sumo. Pero, una vez más, llegó tarde. Cuando llegó al hospital, había muerto.

A la vuelta, desolado por no haberse podido despedir de su madre, tuvo un accidente. No se pudo hacer nada. Su mujer lloraba desolada en el funeral, porque aunque su marido tenía muchos defectos, era cariñoso y se querían de verdad. Cuando ya habían enterrado el ataúd y se estaba celebrando la misa en su memoria, las puertas de la Iglesia se abrieron y él entró corriendo. Había llegado tarde a su propio funeral.

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