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lunes, 1 de noviembre de 2010

La vida normal

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Mi infancia fue totalmente normal. Mi padre pegaba a mi madre al igual que mi abuelo pegaba a mi abuela. El padre de mi mejor amigo también pegaba a su madre. En eso se basa una familia normal, y así quiero educar a mis hijos. Si ella no me hace caso, primero le diré lo mal que lo hace todo. Hay que recriminar a quien no hace bien las cosas. Si después de eso continua sin hacer lo que yo quiero, quizá sea el momento de levantar la mano.

Cuando era pequeño una chica me dijo que eso que pasaba en mi familia no era normal, pero enseguida le hice comprender que no sólo era normal, sino que era lo mejor. Se lo expliqué como mi padre me lo explicó a mí, pero como no me quiso dar la razón, apliqué la regla que mi padre me enseñó: pega a quien te lleve la contraria. Además de ella, el resto de los niños también entendieron que esa era la forma en que debía ser establecido el control, ya que ninguno volvió a llevarme la contraria nunca más. Me sentí orgulloso de mí mismo tras defender mi postura ante esa niña, ya que tuvieron que llevársela al hospital como más de una vez había tenido que ir mi madre. Sabía que papá se iba a sentir orgulloso de mí, al igual que el abuelo.

Pero una persona vino a destrozar la burbuja en la que me movía. Fue la profesora que vio cómo le dejaba las cosas claras a esa niña. Parece que a ella no le quedó muy claro quienes mandaban y quiso convencerme de su postura. Al ver que no lo conseguía, me castigó, pero por suerte mi padre vino a defenderme y, por lo visto, fue más convincente con ella de lo que yo había sido con la niña aquella, ya que no volvió por allí.

Pasó el tiempo sin que nadie cuestionara esa forma de vivir. ¿Por qué iban a hacerlo si era la forma normal? Mucho tiempo después tuve el primer contacto con una chica de verdad. La conocí en el instituto y quedamos una tarde para estudiar en mi casa porque mi padre estaba en el trabajo y mi madre estaba en el hospital. Esta última vez, mi padre se había comportado magníficamente con mi madre y ella ya llevaba un mes en el hospital. Llegamos a la casa y de repente sentí el impulso de tocarla. Tenía derecho a hacerlo, por supuesto, así que lo hice. Pero ella no quería, así que tuve que imponer orden. Como seguía sin dejarse, hice aquello que mi padre me explicó cuando me habló por primera vez de sexo. Me eché encima y empecé a manosearla aunque se resistiera. Entonces hice algo de lo cual mi padre sé que está orgullosísimo: la cogí del cuello.

No sé por qué estoy ahora aquí. Yo sólo me comporté como se comporta cualquier hombre ante una mujer. Ahora me han encerrado porque dicen que tengo que rehabilitarme, aunque aún no he descubierto de qué.

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