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domingo, 29 de enero de 2012

El día que me sentí Google

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Esto me ocurrió ya hace un tiempo. Lo que pasa es que estaba demasiado ocupada para... Vale, sí, estaba poco inspirada para escribir, y no tenía muchas ganas. Eso no hace que deje de ser curioso, aunque no sea actual. Podría haberme pasado hoy mismo. Bueno, hoy no porque es domingo.

Era viernes. Me acuerdo porque cuando cogí el bus estaba totalmente de día. Eso significa que serían las diez menos algo, la hora de ir a la universidad los viernes. El autobús estaba bastante lleno, y yo iba leyendo, así que me empecé a resignar a hacer malabares con el libro, la barra del bus y las rotondas de la ruta. En ese momento, un hombre me hizo un gesto preguntándome si quería sentarme en el asiento vacío de su lado. Normalmente suelo decir que no, pero quería seguir leyendo sin peligro de partirme la cabeza al darme con una barra en una curva, así que acepté el ofrecimiento.

Continué la lectura (un libro sobre el 15-M, mis compañeros sabrán cuál es seguro) hasta que el hombre, a mitad de mi trayecto, me preguntó si sabía dónde estaba la Escuela Oficial de Idiomas. Reconozco que intenté explicarle, sin éxito, cómo llegar. Las indicaciones no se me dan muy bien. Entonces pensé "idiota, vas en la misma dirección". Me ofrecí a acompañarle para indicarle y, al bajar del autobús, perdí mi excusa para estar callada; no iba a ir leyendo por la calle mientras cruzaba la avenida.

El hombre me preguntó si iba a estudiar. Le dije que sí, que me dirigía a clase, y me contestó que él había intentado entrar este año por segunda vez a la universidad con la prueba de +45, que la vez anterior lo había conseguido, pero lo había rechazado, y que ahora, en paro, quería animarse a hacerlo. Mientras, terminó de contarme, se había apuntado a la Escuela Oficial de Idiomas, y venía desde San Fulgente a dar clase. El hombre se despidió en mitad del aparcamiento tras unas últimas indicaciones y nos separamos.

Tras este incidente del tipo soy Google Maps, la mañana transcurrió con la aburrida normalidad que otorgan los viernes que terminan a las dos de la tarde con un agujero en el estómago. Después de llegar a casa y llenar ese vacío - mucho más fácil de llenar que otros, por suerte -, me dispuse a enfrentar la tarde de viernes como acostumbro: dinero al bolsillo y salir en busca de provisiones para la semana. 

A partir de aquí, todo sucedió muy deprisa. Era joven, inocente y necesitaba el dinero... No, para nada. Nada más bajar una calle, me encontré con una adorable anciana que parecía descomponerse ante mis ojos. Superaba los 75 años, posiblemente también los 80. Con la gracia típica de las ancianas educadas me pidió si podía decirle qué había comprado. Mi cerebro tardó en procesar la información, hasta que cayó en la cuenta de que la señora era analfabeta y no sabía leer. ¿Qué queréis? Era viernes por la tarde y mi cerebro se había ido de fin de semana.

La señora me abrió la bolsa y me enseñó lo que llevaba dentro. Eran dos botes, uno de gel, otro de crema corporal, de una conocida marca. Teniendo en cuenta lo que me dijo la señora, y la inseguridad con la que lo había comprado, supuse que la anciana había comprado los botes en algún tipo de reventa, quizá procedente de algún robo. Sí, vivo en un barrio fantástico.

Después de explicarle a la señora qué había comprado, continué mi camino hacia la caza de provisiones. Cuando casi había llegado a mi destino, otra mujer me paró. En este caso era más joven, quizá tendría unos 60 o 65 años. Mi mente pensó en Google de nuevo, aunque tras ver lo que me preguntó, mis neuronas se reconfiguraron hacia Yahoo! Respuestas

La señora, mucho menos educada que la anterior, aunque sin que llegara a darme ganas de dejarla con la palabra en la boca, sacó un bote de espuma para el pelo de una bolsa - a través de la cual vi que venía de un sitio de confianza - y me preguntó si eso servía bien para arreglarse el pelo, si dejaba residuos, si... Señora, no soy peluquera, estuve a punto de decirle, pero llevaba un día curioso y me sentí con ánimos para explicarle pacientemente la simbología del bote de espuma y que era exactamente la espuma que estaba buscando. Lo sé, tuve una buena oportunidad de trolear, pero soy buena persona.

Por suerte, nadie más me preguntó nada más que me hiciera sentir Google de nuevo, porque si no, hubiera llegado a casa y me hubiera pintado la cara con los colores del logo de los de Silicon Valley.

¿Cómo te quedas si te digo que lo colorees?
No te preocupes, yo tampoco me sé el orden.

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