Posted by Pekemusa at 12:00
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Cada mañana al despertar se asomaba por la ventana y contemplaba el horizonte. Su vista abarcaba cientos de kilómetros y llegaba al mar, donde cielo, sol y agua se fundían en una amalgama de colores que, de bellos, provocaban el llanto de un corazón ya cansado y solitario por la fuerza de los años y las circunstancias.
Allá en lo alto, donde nada puede tocarle, y donde nada puede tocar y romper, se refugia desde hace tiempo del dolor que provocaba con su don, maldición que le persigue desde niño. Nació sólo y ahora, frente a la muerte, sólo continua, en aquella cima.
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