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jueves, 2 de junio de 2011

París sangriento

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Tenía el tiempo contado. Pero salió de su casa con la mirada al frente, dispuesto a enfrentarse a su destino, fuera cual fuera. Las amenazas no iban a achantarle. Aún así, en su pecho el corazón pugnaba por salirse de su cavidad natural, huyendo a un lugar más seguro. Intentó tranquilizarlo diciéndose que, pasara lo que pasara, el miedo no iba a ganar. No iba a consentir que se salieran con la suya.
Cruzó la calle con la apariencia de aquél que se sabe seguro, pero con el pensamiento puesto en la idea de preferir ser cualquiera a sí mismo en ese instante. Su paso firme no dejaba entrever su inseguridad, y la imagen que proyectaba era la de un hombre al que no para nada, que se encara a las dificultades siendo el problema de los propios problemas. Realmente, siempre había sido así.

Anhelaba acabar con esto. Tenía órdenes estrictas. Silenciador, vehículo en marcha, cristales tintados, coche negro, matrícula falsa. La foto de ese hombre venía en el dossier, junto a su dirección, su nombre, los datos de su coche, de su familia, su lugar de trabajo... Pero una foto le bastaba y le sobraba para realizar su trabajo, y ejecutarlo de forma perfecta, sin huellas y sin dejar pruebas. Las razones le traían sin cuidado, mientras le pagaran lo acordado. Ya podía imaginar la sonrisa de su princesita cuando se curara. Por fin.
El hombre señalado entró en su campo de visión. Montó el visor de precisión en el rifle, colocó el silenciador y apuntó. Una cruz roja atravesaba la cabeza de ese hombre. Puso el dedo en el gatillo. Y disparó.

La primavera se desangraba. La gente chillaba mientras el charco de sangre se extendía en el suelo. Los coches arrancaron después de que el semáforo se pusiera en verde, y se alejaron en distintas direcciones. Un cerco de personas rodeaba el cuerpo del hombre, que había dejado de moverse. Algunos tenían móviles en sus manos e intentaban comunicar con las autoridades. Pero no sabían que éstas estaban tiradas en el suelo, su sangre desparramada en la acera y su vida se había escapado entre los dedos.

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